Por Armando J García.
En México, el Día de las Madres dejó de ser una fecha para festejar. Para miles de mujeres y madres buscadoras, se ha convertido en un día de lucha, de resistencia, de dolor expuesto en la calle.
Ellas no reciben flores: reciben silencio, reciben indiferencia, reciben miedo. Y, sin embargo, marchan.
La cobertura del medio La Jornada puso ante los ojos del país una imagen que no se puede borrar con discursos ni con spots: madres que caminan con mantas, cruces, picos y palas, no para celebrar, sino para seguir buscando a sus hijos desaparecidos. La frase “porque vivos se los llevaron, vivos los queremos” no es solo una consigna: es una herida abierta que exhibe la verdad, esa que los gobiernos —todos— han querido callar.
Mientras en Palacio Nacional se presume una transformación histórica y se insiste en que “ya no hay violaciones de derechos humanos como antes”, las madres buscadoras se encargan de derribar ese espejismo con un solo paso firme.
Ellas no se alinean, no negocian. Y es justamente eso lo que las convierte en la oposición moral más poderosa de este país: una que no se puede cooptar ni desacreditar con ataques mediáticos.
Sus gritos no caben en la narrativa de ningún gobierno que prefiera las cifras al dolor.
Cada vez que una madre cava con sus propias manos, está haciendo el trabajo que el Estado no hace, que simula hacer o que ha decidido abandonar.
Las madres de desaparecidos no solo exigen justicia. También lanzan un reto frontal al nuevo gobierno y liderazgo de Claudia Sheinbaum: ¿seguirá la presidente de México el pacto de silencio que han definido los sexenios anteriores, o romperá con la cadena de impunidad?
Pero decir que no hay represión mientras se encubre lo que sucede a diario en el país, se protege a las fiscalías, y se recorta el presupuesto a las comisiones de búsqueda, es seguir enterrando la verdad bajo nuevas formas de complicidad.
Y el señalamiento es claro: quizá este gobierno no ordena las desapariciones, pero sí las solapa. No basta con no ser como los anteriores; se trata de ser mejores.
Y en este tema, hasta ahora, la diferencia entre el ayer y el hoy no existe cuando el presente se construye con los mismos rostros del pasado. A diario, se presume con orgullo la adhesión al partido gobernante de personajes que ayer eran símbolo del viejo régimen que hoy dicen combatir.
El colmo de la incongruencia. Andy López Beltrán, hijo del expresidente, celebrando la llegada a Morena de un exdiputado federal del PRI por Durango, partido al que culpan de todos los males del país. ¿Entonces dónde quedó la transformación?
Mientras tanto una de las verdades es el caso de María Herrera, madre de ocho hijos desaparecidos, marchando con la imagen del periodista asesinado Javier Valdez, nos recuerda que esta lucha no es solo por encontrar a los ausentes, sino por recuperar la palabra libre, la justicia perdida, la memoria viva.
Ella no camina sola. Camina con todos los que han sido silenciados por el crimen, por el poder o por la apatía social.
La ciudadanía ya no puede ser espectadora. No se trata solo de “entender” el dolor ajeno. Se trata de asumirlo como propio. Pero cada madre que no encuentra a su hijo, es una sociedad que ha extraviado su dignidad.
Hablar de justicia en México no es repetir eslóganes de campaña. Es mirar a los ojos de una madre que con desesperación exige respuesta y soluciones lo que el estado ha enterrado con su indiferencia todos los días.
Mientras esto no cambie, seguiremos siendo solo un país que aprendió a esconder mejor sus tragedias, a través de un nuevo color y una nueva sigla partidista.
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