Alumnos venden golosinas de manera clandestina en escuelas.

La venta clandestina de golosinas por parte de alumnos en escuelas, especialmente en México, ha surgido como respuesta a las recientes prohibiciones de comida chatarra en los planteles educativos. Desde el 29 de marzo de 2025, la Secretaría de Educación Pública (SEP) implementó regulaciones estrictas para prohibir la venta de productos ultraprocesados, como dulces, frituras y refrescos, en cooperativas escolares, con el objetivo de fomentar hábitos alimenticios saludables y combatir la obesidad infantil. Sin embargo, estas medidas no han eliminado el consumo de estos productos, sino que han desplazado su comercio a redes informales gestionadas por los propios estudiantes.

En varias escuelas, tanto públicas como privadas, principalmente en la Ciudad de México, se reporta que los alumnos venden golosinas durante los recesos o incluso dentro de los salones, a menudo a escondidas de maestros y prefectos. Por ejemplo, en primarias y secundarias de la alcaldía Benito Juárez, estudiantes han organizado sistemas como el uso de lockers para almacenar dulces o grupos de WhatsApp para coordinar ventas, ofreciendo productos como malvaviscos con chocolate a 10 pesos o gomitas enchiladas a 8 pesos. Algunos estudiantes justifican esta actividad como una forma de emprendimiento para cubrir gastos personales, como libros escolares, que pueden superar los mil pesos.

Aunque las escuelas han reemplazado los productos chatarra en sus tiendas por opciones saludables como frutas y semillas, la demanda de golosinas persiste, alimentada por la falta de supervisión estricta y, en algunos casos, la tolerancia de docentes. Por ejemplo, se han documentado casos en los que maestros advierten a los alumnos que sean «discretos» para evitar sanciones. Sin embargo, no existen sanciones claras para los estudiantes que venden estos productos, a diferencia de los adultos, quienes podrían enfrentar multas de hasta 100 mil pesos por violar la normativa.

Por otro lado, el fenómeno no se limita a las escuelas. Fuera de los planteles, los puestos ambulantes continúan vendiendo comida chatarra sin restricciones, lo que facilita que los alumnos adquieran estos productos y los introduzcan al colegio. Expertos sugieren que la solución no solo radica en prohibiciones, sino en una mayor educación alimentaria tanto en casa como en la escuela, además de una vigilancia más coordinada entre familias y autoridades educativas. La persistencia de estas ventas refleja tanto la creatividad de los estudiantes como los desafíos para cambiar hábitos arraigados en un contexto donde el acceso a productos ultraprocesados sigue siendo amplio.

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