Morena llegó al poder con la promesa de romper con las viejas prácticas políticas, erradicar la corrupción y construir un futuro más justo para México. Su discurso de «transformación» se presentó como una ruptura radical con los errores del pasado. Sin embargo, las recientes decisiones del gobierno, como la reincorporación de figuras clave del antiguo régimen, han puesto en duda su capacidad para cumplir estas promesas.
Uno de los ejemplos más recientes es la inclusión de Luis Videgaray, exsecretario de Hacienda y Relaciones Exteriores durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, en las negociaciones internacionales relacionadas con el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Videgaray, quien fue criticado por su papel en la renegociación del TLCAN, ahora regresa como asesor en un momento crucial para el país. Junto a él, Moisés Kalach, una figura influyente en el sector empresarial también ha sido integrado en estas discusiones.
Ambos personajes representan el modelo de política que Morena dijo combatir: vínculos con las élites económicas y políticas del pasado que, según el propio discurso de la 4T, perpetuaron la desigualdad y la falta de justicia social. Sin embargo, su reincorporación parece contradecir ese mensaje, generando un choque entre la narrativa del cambio y las acciones reales del partido.
Esta aparente contradicción pone en evidencia lo que algunos califican como disonancia cognitiva dentro de Morena: una distancia entre lo que se predica y lo que se practica. Por un lado, se sigue alimentando un discurso contra las élites del pasado; por otro, se recurre a las mismas figuras y estrategias que alguna vez se señalaron como responsables de los problemas del país.
Lejos de apostar por nuevos liderazgos, Morena parece repetir el patrón histórico del reciclaje político, donde los mismos actores de siempre vuelven al escenario bajo nuevas narrativas.
Esto no solo plantea dudas sobre la congruencia del partido, sino que también refleja una falta de preparación para enfrentar los retos actuales con cuadros políticos renovados.
El regreso de figuras como Videgaray y Kalach refuerza la percepción de que, el partido ha optado por una estrategia de continuidad disfrazada de cambio.
El caso de Morena pone de manifiesto un problema recurrente en la política mexicana: la dificultad para romper con el pasado. Aunque su discurso prometía una transformación verdadera, sus acciones sugieren que el cambio ha sido más simbólico que real.
El pueblo mexicano, que depositó su confianza en la Cuarta Transformación, merece más que un reciclaje del pasado. Merece liderazgos coherentes, capaces de cumplir con la promesa de un futuro diferente. La pregunta es si Morena logrará cerrar esta brecha entre discurso y realidad o si quedará como otro capítulo más en la larga historia de desencantos políticos de México.
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