El crimen organizado es como un virus: muta, se adapta a los entornos y encuentra formas de prosperar incluso bajo presión. Cuando se le combate en un frente, como el narcotráfico, suele diversificarse hacia otros como la extorsión, el tráfico de personas o los delitos digitales. Su capacidad de sofisticación viene de aprovechar vacíos legales, corrupción y avances tecnológicos, como criptomonedas o la dark web.
Por ejemplo, en México, los cárteles no solo controlan rutas de droga, sino que han incursionado en la extracción ilegal de combustible, el control de aguacate o incluso la pesca ilegal. En el ámbito global, grupos como la mafia italiana o los sindicatos del crimen asiático han evolucionado hacia el cibercrimen, lavado de dinero a través de NFT o explotación de cadenas de suministro legales.
La represión pura no basta porque el crimen organizado se nutre de desigualdad, falta de oportunidades y debilidad institucional. Mientras existan esas brechas, siempre encontrarán un nicho.
